domingo, 23 de junio de 2013

A comer a Sitges por Sant Joan

El finde antes de mudarme de piso, de irme de viaje a Suecia y de entregar el master, me tomé un diíta de descanso y me fuí con Gissela a Sitges a almorzar.



 Es un pueblito de vacaciones, vienen tanto turistas extranjeros como de aquí, y me recordó por un momentito al Puerto de Santa María, de tantas ganas que tengo de volver a casa.


 Resulta que era el dia de Sant Joan, así que nos volvimos a tiempo para firmar el contrato del piso nuevo (Gissela y yo) y poder bajar a las fiestas. Normalmente la gente suele irse a los pueblos a celebrarlo, donde es más tranquilito, como hicieron los de mi labo. El resto de la gente se aglomera en la playa de Barcelona, y algunas personas se quedan por la ciudad. Nosotras dos decidimos quedarnos en la hoguera del Arco del Triunfo. El ayuntamiento prepara un escenario para que toquen grupos locales, monta mesas para que la gente se baje el tuper y la bebida, y preparar la hoguera con muebles viejos.
Yo tiré al fuego una partitura de Bach con la que sufrimos mucho en el coro, a ver si me da suerte.

domingo, 2 de junio de 2013

El delta del Ebro

El coro de la UPF nos fuimos a pasar un finde al delta del Ebro, a un pueblo tan chico (Sant Jaume d'Enveja) que los asistentes del primer concierto eran los mismos que los del segundo, aproximadamente.

Quedó demostrado que un mapa de carreteras es mejor que un GPS, porque nada más salir de Barcelona en coche nos desviamos hacia Francia, así que tardamos un rato en llegar al sitio, y encima hubo que pagar un doble peaje (¡y mira que hay peajes en Cataluña!).


Después de cantar y quedarnos el coro entero de juerga en casa de una compañera, que es de allí, nos fuimos de excursión al Hemidelta sur. En el delta la playa es todo orilla, desde la arena hasta donde alcanza la vista, así que para mojarse hay que hacer como las abuelas, agacharse. Aunque en la parte externa hay más profundidad e incluso olas. La gente pesca mejillones y navajas, y se pasea en moto de agua. Como casi siempre hace viento es una zona típica para volar cometas y hacer kitesurf. El camino del pueblo hasta la punta eran todo arrozales, los pueblos aquí son aldeas con casas desperdigadas separadas por acequias.









domingo, 17 de febrero de 2013

Escapada a Amsterdam

El día que los australianos se fueron de Barcelona a su siguiente destino pensé que debería aprovechar que están por aquí y volver a verlos, además me merecía un viajecito. Así, un mes después de ese día, me fui a hacer un viaje estilo australiano, sin planear absolutamente nada, sólo tenía el vuelo comprado. Decidí hacerlo así en parte porque estaba cansada de planear, ya que mi día a día consiste en eso; y en parte para experimentar qué se siente en un viaje de ese tipo. Eso sí, tuve que mirar la temperatura que haría, ¡porque la salud es lo primero!

Pertrechada con mi chaquetón de plumas, mis calcetines largos bajo el pantalón, mis botas de caña alta, y un calor increíble, atravesé el centro de Barcelona cuando aún estaban poniendo las calles, para ir a coger el Aerobús. Como buena viajera me pedí ventanilla, para ver el relieve español. Sólo logré ver hasta los Pirineos, después se nubló (o me dormí...) Al despertar, vi que el paisaje había cambiado totalmente: llanuras de tierra y nieve, y canales delgados como hilos por doquier. 



Me cogí el tren hasta Amsterdam Centraal, y al salir a la calle empezó a nevar de forma muy desagradable, más que nieve era hielo que hacía daño. Me llegó un sms diciendo que anduviera hasta la calle Damrak, donde me encontraría a los australianos caminando en sentido contrario. Obviamente no me había estudiado el mapa, así que tuve que preguntar a unos españoles de los muchos que suenan por allí, para que me indicara. Fuimos a almorzar a un barecito, donde me sirvieron algo llamado Kwekkeboom, unas croquetas muy ricas, y pan con mantequilla, y ahí empezó mi consumo sin mesura de pastillas de lactasa. Este consumo acabó cuando se me acabaron las pastillas, obviamente, pero me traje queso a casa para seguir comiéndolo.



Estuvimos paseando el resto del día, y todo el día siguiente. En ningún momento supe dónde estaba (ellos sí, ya que debido a su falta de planificación, desarrollan un sentido de la orientación exquisito), aunque tampoco me interesaba. Descubrimos la plaza de Rembrandt, el barrio rojo, el parque Volndelpark, donde tuvimos una guerra de nieve, el Rijksmuseum, muchas tiendas de música, el mercado de las flores, la casa de Ana Frank (su barrio es el más bonito), muchas tiendas de arte carísimo, el Muziktheatre, Leidseplein (mal llamado por nosotros "Led Zeppelin") donde hay muchos bares, el río Amstel y el Hermitage.



El centro de la ciudad tiene una disposición de tela de araña, donde los canales son semicírculos y las calles y puentes son radiales. Todas estas calles tienen casas de 4 plantas aproximadamente, del mismo estilo y los mismos colores, y llegan hasta el final de cada calle, de forma que no hay ningún lugar desde donde se pueda ver a lo lejos ningún "landmark" que te ayude a orientarte.


Las calles tienen más bicis que habitantes, suponemos que hay gente que monta en dos bicis a la vez, porque no es normal... Las orillas de los canales están cubiertas de botes y barcas, y algunas barcazas donde incluso vive la gente. Llama la atención que no hay casi ningún canal con vallas, si te quieres caer, te caes. Tampoco tiene vallas el patio del colegio que estaba junto a nuestro albergue en el centro, puesto que el patio es la propia calle; las maestras se colocan en los cuatro puntos cardinales para vigilar. Esta gente vive a otro ritmo.




La ciudad es extraña, no es fea, pero tampoco es preciosa, la gente es agradable, muy tranquila, no se parecen a los alemanes, aunque su idioma hablado recuerda a una mala mezcla entre alemán e inglés. (Escrito no se entiende casi nada). Los australianos y yo coincidimos en que no nos gustaría vivir aquí, todos nos llevamos la sensación de que algo le falta a la ciudad o algo le sobra que no nos convence.

El último día los australianos se fueron temprano, así que me quedé sola hasta la tarde. Era una prueba para mi cerebro, a ver si era capaz de orientarme esta vez, ya que no dependería de nadie que me indicara. Descubrí que es muy sencillo con el mapa por delante, el truco no es mirar alrededor porque todas las casas son iguales, sino saber dónde estás y adónde quieres ir y seguir una línea recta imaginaria. Vamos, que no me perdí. Fui a ver el mercadillo, que es como el mercadillo de los sábados de Miajadas, donde venden ropa y cachivaches de los 20 duros.También venden comida, compré chocolate y quesos. Y también venden pinchitos y alitas de pollo para llevar. un hombre chillaba algo así como "leckere kippe", así que me lo compré: resultó ser un pinchito de pollo que yo creo que era cocodrilo, con una salsa de cacahuetes por encima, tan malo estaba que tuve que ir a un McDonalds a por una Fanta y una hamburguesa. La Fanta de Holanda es más clarita, y sabe más a naranja.
Andando llegué a otro mercadillo, esta vez de segunda mano, donde me entretuve tanto que tuve que apretar el paso para coger el tren a tiempo hacia el aeropuerto. 



En este viaje no hicimos nada turístico, nos saltamos muchas de las cosas que hay marcadas para ver, y no visitamos ningún museo. Sin embargo estoy satisfecha con esta manera de viajar, se descubren las cosas de una en una, no se crea uno ningún tipo de expectativa, y sobre todo se disfruta y descansa. Es una manera de hacer turismo distinta de la típica manera guiri. Me gusta.



Y lo más importante: tengo ganas de volver a trabajar.

De guiri de nuevo

En enero pisaron Europa por primera vez Nick y Sean, dos australianos amigos míos. Comenzaban su tour por Barcelona, al que se unirían Levi y Em días más tarde, que ya llevaban en Europa varios meses.

Se quedaron en Barcelona más de una semana, en la que nos dedicamos a pasear. Por suerte, yo tenía que trabajar por las mañanas, así que me libré de tener que enseñarles las cosas turísticas. En realidad no es que me librara, sino que su viaje no contempla que los amigos te tengan que enseñar cosas, ni siquiera contempla que haya cosas que hay que ir a ver. Sus viajes están planificados lo mínimo, o sea, sólo tienen comprados los billetes de avión. El resto lo construyen sobre la marcha. (Es decir, ni se reserva albergue, ni se mira dónde está el aeropuerto, ni el centro de la ciudad, ni dónde se sitúan los monumentos más famosos en el mapa...). Me pareció una muy mala manera de viajar, principalmente por el estrés que conlleva no tener "casa" de antemano. No se si debo generalizar, pero los australianos son muy "laid back", y extienden eso a cualquier ámbito de la vida.

O sea, que se dedicaron a pasear al azar y toparse con los monumentos o sitios dignos de visitar por suerte.

Conmigo les tocó ir a los bares. También subimos al Guinardó, una de las montañas de dentro de la ciudad, cuya cima llega casi a la misma altura que el Tibidabo. Ahí arriba hay unos búnkers antiaéreos que se construyeron en la guerra civil. Fueron ruinas durante mucho tiempo, donde los jóvenes del barrio subían a divertirse. Ahora siguen siendo ruinas pero está arreglado de tal manera que también suben los guiris. Después de ser búnkers, se convirtió en un barrio de casas hechas al "tuntún", el "Barrio de los cañones". Supongo que este barrio y los de alrededor fueron construidos por la oleada de inmigrantes, sobre todo andaluces, que llegaron a Barcelona hace años. Se nota en los nombres de los bares.
Esto no lo descubrí con los Australianos, sino con Onma, que vino el fin de semana siguiente.