azul y amarillo
Al salir del trabajo me quedé un rato mirando a lo lejos.
Hacía una hora había caído un chaparrón de gotas gordas, y el mar volvía a ser aburrido, sin olas.
La playa estaba nueva, sin huellas; y la arena de color marrón oscuro. Un velero blanco navegaba por el fondo. Justo encima unas nubes negras y aplastadas le daban sombra como un sombrero de ala ancha, aunque en el horizonte el cielo estaba limpio y celeste. A la derecha del todo, la cristalera del hotel-vela dejaba de reflejar contaminación, reflejando en su lugar el cielo que quedaba a mi espalda, también limpio, y los rayos del sol de por la tarde. Azul y amarillo. Las sombras de las palmeras eran ya largas y el viento, frío. Caminé a casa.
El olor de la calle no era a pocetilla, sino a hojas mojadas, y la acera parecía fregada. Los estudiantes salían tranquilamente de la Pompeu, charlando sin chillar, en lugar de salir del metro con el bañador bajo la ropa en tropel y armando barullo. La gente con la fresca se pone manga larga, y se apacigua.
Yo tenía razón sobre que Barcelona gana mucho en otoño.
Quien no ganará será el Mercadona, que no tiene molletes.
cuántas elles
ResponderEliminarEn Barcelona no comen molletes, eso es propio de Andalucía, o al menos de Cádiz, Málaga y Sevilla. Tendrás que encontrar el pan catalán que te guste.
ResponderEliminarO esperar a venir a casa. Un abrazo.
En Jaén tampoco hay de eso.
ResponderEliminar¿te imaginas que encuentro ochíos?
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