miércoles, 26 de septiembre de 2012

Otoño llegó

azul y amarillo

Al salir del trabajo me quedé un rato mirando a lo lejos.
Hacía una hora había caído un chaparrón de gotas gordas, y el mar volvía a ser aburrido, sin olas.
La playa estaba nueva, sin huellas; y la arena de color marrón oscuro. Un velero blanco navegaba por el fondo. Justo encima unas nubes negras y aplastadas le daban sombra como un sombrero de ala ancha, aunque en el horizonte el cielo estaba limpio y celeste. A la derecha del todo, la cristalera del hotel-vela dejaba de reflejar contaminación, reflejando en su lugar el cielo que quedaba a mi espalda, también limpio, y los rayos del sol de por la tarde. Azul y amarillo. Las sombras de las palmeras eran ya largas y el viento, frío. Caminé a casa.
El olor de la calle no era a pocetilla, sino a hojas mojadas, y la acera parecía fregada. Los estudiantes salían tranquilamente de la Pompeu, charlando sin chillar, en lugar de salir del metro con el bañador bajo la ropa en tropel y armando barullo. La gente con la fresca se pone manga larga, y se apacigua.

Yo tenía razón sobre que Barcelona gana mucho en otoño.
Quien no ganará será el Mercadona, que no tiene molletes.

4 comentarios:

  1. En Barcelona no comen molletes, eso es propio de Andalucía, o al menos de Cádiz, Málaga y Sevilla. Tendrás que encontrar el pan catalán que te guste.
    O esperar a venir a casa. Un abrazo.

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