domingo, 17 de febrero de 2013

Escapada a Amsterdam

El día que los australianos se fueron de Barcelona a su siguiente destino pensé que debería aprovechar que están por aquí y volver a verlos, además me merecía un viajecito. Así, un mes después de ese día, me fui a hacer un viaje estilo australiano, sin planear absolutamente nada, sólo tenía el vuelo comprado. Decidí hacerlo así en parte porque estaba cansada de planear, ya que mi día a día consiste en eso; y en parte para experimentar qué se siente en un viaje de ese tipo. Eso sí, tuve que mirar la temperatura que haría, ¡porque la salud es lo primero!

Pertrechada con mi chaquetón de plumas, mis calcetines largos bajo el pantalón, mis botas de caña alta, y un calor increíble, atravesé el centro de Barcelona cuando aún estaban poniendo las calles, para ir a coger el Aerobús. Como buena viajera me pedí ventanilla, para ver el relieve español. Sólo logré ver hasta los Pirineos, después se nubló (o me dormí...) Al despertar, vi que el paisaje había cambiado totalmente: llanuras de tierra y nieve, y canales delgados como hilos por doquier. 



Me cogí el tren hasta Amsterdam Centraal, y al salir a la calle empezó a nevar de forma muy desagradable, más que nieve era hielo que hacía daño. Me llegó un sms diciendo que anduviera hasta la calle Damrak, donde me encontraría a los australianos caminando en sentido contrario. Obviamente no me había estudiado el mapa, así que tuve que preguntar a unos españoles de los muchos que suenan por allí, para que me indicara. Fuimos a almorzar a un barecito, donde me sirvieron algo llamado Kwekkeboom, unas croquetas muy ricas, y pan con mantequilla, y ahí empezó mi consumo sin mesura de pastillas de lactasa. Este consumo acabó cuando se me acabaron las pastillas, obviamente, pero me traje queso a casa para seguir comiéndolo.



Estuvimos paseando el resto del día, y todo el día siguiente. En ningún momento supe dónde estaba (ellos sí, ya que debido a su falta de planificación, desarrollan un sentido de la orientación exquisito), aunque tampoco me interesaba. Descubrimos la plaza de Rembrandt, el barrio rojo, el parque Volndelpark, donde tuvimos una guerra de nieve, el Rijksmuseum, muchas tiendas de música, el mercado de las flores, la casa de Ana Frank (su barrio es el más bonito), muchas tiendas de arte carísimo, el Muziktheatre, Leidseplein (mal llamado por nosotros "Led Zeppelin") donde hay muchos bares, el río Amstel y el Hermitage.



El centro de la ciudad tiene una disposición de tela de araña, donde los canales son semicírculos y las calles y puentes son radiales. Todas estas calles tienen casas de 4 plantas aproximadamente, del mismo estilo y los mismos colores, y llegan hasta el final de cada calle, de forma que no hay ningún lugar desde donde se pueda ver a lo lejos ningún "landmark" que te ayude a orientarte.


Las calles tienen más bicis que habitantes, suponemos que hay gente que monta en dos bicis a la vez, porque no es normal... Las orillas de los canales están cubiertas de botes y barcas, y algunas barcazas donde incluso vive la gente. Llama la atención que no hay casi ningún canal con vallas, si te quieres caer, te caes. Tampoco tiene vallas el patio del colegio que estaba junto a nuestro albergue en el centro, puesto que el patio es la propia calle; las maestras se colocan en los cuatro puntos cardinales para vigilar. Esta gente vive a otro ritmo.




La ciudad es extraña, no es fea, pero tampoco es preciosa, la gente es agradable, muy tranquila, no se parecen a los alemanes, aunque su idioma hablado recuerda a una mala mezcla entre alemán e inglés. (Escrito no se entiende casi nada). Los australianos y yo coincidimos en que no nos gustaría vivir aquí, todos nos llevamos la sensación de que algo le falta a la ciudad o algo le sobra que no nos convence.

El último día los australianos se fueron temprano, así que me quedé sola hasta la tarde. Era una prueba para mi cerebro, a ver si era capaz de orientarme esta vez, ya que no dependería de nadie que me indicara. Descubrí que es muy sencillo con el mapa por delante, el truco no es mirar alrededor porque todas las casas son iguales, sino saber dónde estás y adónde quieres ir y seguir una línea recta imaginaria. Vamos, que no me perdí. Fui a ver el mercadillo, que es como el mercadillo de los sábados de Miajadas, donde venden ropa y cachivaches de los 20 duros.También venden comida, compré chocolate y quesos. Y también venden pinchitos y alitas de pollo para llevar. un hombre chillaba algo así como "leckere kippe", así que me lo compré: resultó ser un pinchito de pollo que yo creo que era cocodrilo, con una salsa de cacahuetes por encima, tan malo estaba que tuve que ir a un McDonalds a por una Fanta y una hamburguesa. La Fanta de Holanda es más clarita, y sabe más a naranja.
Andando llegué a otro mercadillo, esta vez de segunda mano, donde me entretuve tanto que tuve que apretar el paso para coger el tren a tiempo hacia el aeropuerto. 



En este viaje no hicimos nada turístico, nos saltamos muchas de las cosas que hay marcadas para ver, y no visitamos ningún museo. Sin embargo estoy satisfecha con esta manera de viajar, se descubren las cosas de una en una, no se crea uno ningún tipo de expectativa, y sobre todo se disfruta y descansa. Es una manera de hacer turismo distinta de la típica manera guiri. Me gusta.



Y lo más importante: tengo ganas de volver a trabajar.

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